sábado, 9 de julio de 2011

Agonía: La pesadilla

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O como quien dice, el verdadero "origen" de la serie Agonía.
Aquí dejo este pequeño escrito, que a mi gusto jamás cuajó pero que sirvió de base para arrancar toda la serie. Con esta publicación queda abierta la sección de "Trash-fics": meros trozos de redacción sin pies ni cabeza que quedaron ahí, a la espera de ideas que jamás llegaron...
Espero que les guste.

* * * * *

La pesadilla había regresado.

En mitad de la noche William se incorporó, sudoroso y agitado, con el corazón latiéndole a mil por hora, después de sobrevivir al sueño más aterrador de todos cuantos lo perseguían.

El escenario nunca variaba y tampoco la protagonista: Candy, aquel río nefasto y la caída de agua que se encontraba cerca de la cabaña de la viuda. Él simplemente no podía hacer nada, salvo mirar cómo ella caía y las rocas y el agua cumplían su mortal promesa. El no podía hacer más que contemplar, horrorizado, cómo lo único importante que conservaba en la vida desaparecía justo frente a sus ojos.

La Candy de su sueño se había ido convirtiendo, con el correr de los años, de aquella adolescente a la joven que pronto debutaría ante la sociedad.

Alterado, como estaba, no pudo resistir un minuto más en el lecho, y se levantó para caminar hasta el amplo ventanal que daba al balcón. Debía ser un poco más de medianoche, supuso. Después de algunas vueltas de ida y venida desde la cama hasta el ventanal, decidió abrirlo y emerger a la refrescante noche con la esperanza de que la brisa nocturna tranquilizara su espíritu.

No fue así.

No sabía porqué, pero aquella noche nada conseguía confortarlo; la sozobra que experimentara minutos atrás era algo que jamás había vivido. Había sido tan real, que de pronto y sentía un insano pánico de haber estado, por muchos años, sumergido en un simple sueño que le evitaba admitir la realidad, que lo llevaba a creer que el incidente de la cascada no había ocurrido jamás y que, tal vez y sólo tal vez, la verdad era que había perdido a Candy desde aquel día y que todo lo demás: la adopción, Londres, Chicago, el departamento... no eran más que una simple invención de su mente desquiciada.

Apenas una idea, pero que disparó una alarma en su cabeza difícil de ignorar.

Sin poder evitarlo miró más allá, hasta el ventanal situado a un par de habitaciones del suyo, el sitio donde una pequeña luz indicaba claramente que había alguien durmiendo allí.

Su corazón comenzó a recobrar su ritmo; presa del más increíble alivio que hubiera experimentado jamás; sin embargo, una simple evidencia no era suficiente; no cuando había viajado hasta el infierno y regresado en apenas unos segundos. Así que, decidido, trepó al barandal que separaba el espacio correspondiente a su habitación del de las del resto y se encaminó a toda prisa, como un ladrón, hasta el ventanal donde se distinguía, muy apenas, la luz de la lamparita de noche.

Candy solía dejarla encendida, lo sabía, porque desde que ella viniera de visita a Lakewood, su mirada no podía evitar viajar en dirección a ese ventanal: la había contemplado cada noche, maravillado porque ella se encontraba ahí, muy cerca de él. No había tenido el valor de preguntarle la razón de conservar la luz durante la noche; porque hacerlo habría implicado admitir que él se pasaba importantes momentos de cada noche mirando en dirección a su habitación y le habría sido muy difícil explicar la razón de su extraño comportamiento sin reconocer sus velados sentimientos hacia ella.

Sus ágiles piernas se tensaron, saltando desde la baranda hasta una saliente y de ahí a la siguiente hilera de balcones. El suyo era el único aparte, el resto se comunicaban y estaban apenas divididos por un sencillo barandal de cantera, magistralmente labrado. Una vez que saltó las dos secciones, se encontró ya frente al ventanal que era su objetivo.

La luz era muy tenue, teñida de ese color melocotón que había causado furor entre los huéspedes del hotel Ritz allá en la lejana París a finales del siglo pasado y que él había encargado a Johnson que consiguiera a como diera lugar, para ofrecer a Candy un regalo original y ciertamente novedoso: ninguna habitación en el mundo que no se localizara en el hotel Ritz, excepto la de Candy exhibía ese tono de luz. Obviamente, no le había dicho a Candy de dónde provenía esa bombilla, decírselo habría sido admitir que era capaz de sobornar al mismo diablo con tal de poner a sus pies lo más singular del mundo. Johnson había movido la cabeza, esbozando una sonrisa conocedora que estuvo a punto de hacerlo enrojecer; pero había cumplido el encargo, tal y como siempre lo hacía y bueno, Candy había quedado terriblemente satisfecha con el obsequio, tanto, que se resistía a apagar la bombilla antes de dormirse, alegando que su interesante tonalidad la confortaba como pocas cosas lo hacían.

Conforme el recuerdo de la reciente anécdota penetraba en su mente, algo en su corazón se expandió, como una cálida luz: Candy no era un sueño, ni un producto de su imaginación; Candy era real, tan real como sólo podía serlo la vida misma. Esa vida a la que él se había aferrado con uñas y dientes cuando comprendió que dejarla escapar no era una opción.

Sin realmente pensar en lo que hacía, penetró en la habitación, que continuaba iluminada por el patentado tono melocotón exclusivo del Ritz. Candy siempre dejaba abierta la ventana, sin importarle las reprimendas de las doncellas y la tia abuela juntas. Ella amaba la brisa nocturna y detestaba el encierro; aunque su habitación fuera una de las más amplias de la mansión, le había confesado,alguna vez, que se sentía prisionera si la ventana no permanecía abierta.

El recuerdo de sus palabras lo hizo sonreír con cierta ironía, sabiendo que él comprendía perfectamente de lo que ella hablaba: él también era un prisionero, pero no sólo de una habitación, sino de un cargo, un destino y de un amor que jamás podría hacer realidad. Un amor que, desde hacía mucho tiempo ya, llevaba oculto en el alma, como un ácido que le corroía desde dentro.

Su expresión cambió de la luz a las sombras al recordar el peculiar sentimiento que siempre despertaba en él la comprensión de lo imposible de sus sueños, lo irrealizable de sus anhelos más profundos y, presa de una desconocida urgencia, se aproximó a la cama; luchando con la voz en su conciencia que le instaba a alejarse por el bien de ambos.

Candy dormía: su frágil cuerpo yaciendo de lado, su cabeza coronada de dorados rizos descansando sobre una de sus manos; los cobertores a medias cubriéndola, dejando entrever que todavía conservaba el mismo sueño inquieto de siempre, ése que le hacía sonreír por su semejanza al de los niños y que, las últimas noches en aquel departamento allá en Chicago, le había traído interminables momentos de agonía, consciente como ya se encontraba de sus prohibidos sentimientos hacia ella.

Candy dormía: su acompasada respiración tan pacífica como nunca, dando una idea de la placidez de sus sueños; una semisonrisa puramente inocente decorando sus tiernos labios, evocando para él, infinitos momentos de sencillo y vano placer, mezclados perfectamente con una añoranza difícil de describir ¡Cómo amaba su sonrisa!

Candy dormía: ajena a todo, al mundo entero que continuaba girando, a los frenéticos latidos del corazón del hombre que permanecía junto a ella, sin atreverse a penas a respirar, presa de una indescriptible necesidad, ajena por completo a su oscurecida mirada que en ese instante perdido en el tiempo revelaba la intensidad de sus ocultos sentimientos mucho más allá de la razón.

Candy dormía; pero en el siguiente instante despertó.

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¡Hola!
Gracias por visitar este pequeño espacio.
Soy lectora empedernida de fanfiction y, ocasionalmente, fanficker, aunque estos últimos años no he estado muy activa en este terreno; aún así no pierdo la esperanza de salir de deudas.
Leo fanfics en inglés y español; así que mis favoritos (autores e historias) que se encuentran listados aquí pueden pertenecer a uno u otro idioma.
Lean y sean felices.

 

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