Érase una vez un perro que se quejaba,
una noche de fuego
y como el día la madrugada.
Érase un par de ladridos,
soltados con elocuencia.
Éranse dos bandidos,
que guardaban la impaciencia.
Éranse las doce y nueve,
y luego las doce y diez.
...Y yo de sueño y ojo abierto.